CUENTOS PARA JÓVENES

Hola jóvenes de bachillerato el reto de hoy es leer uno o varios cuentos y asumir el reto de sacar conclusiones de cada historia, deben ser completamente suyas, no importa que estén alejadas de las que puedan venir con la historia, se trata de interpretar. Ejwemplo: si fuera una canción, cada uno la interpretaría con una voz única y diferente. pónganle su propia voz a la conclusión que se les ocurra, no importa si es muy loca o muy triste, o no viene al caso, o lo que sea. Lo que importa es que sean ustedes. Ah! y recuerden que este ejercicio o recocha o como quieran llamarlo, es VOLUNTARIO y no genera nota, solamente diversión y aunque no lo crean, subir las competencias comunicativas.

 

La primera vez que Luca oyó hablar de la Isla de los Inventos era todavía muy pequeño, pero las maravillas que oyó le sonaron tan increíbles que quedaron marcadas para siempre en su memoria. Así que desde que era un chaval, no dejó de buscar e investigar cualquier pista que pudiera llevarle a aquel fantástico lugar. Leyó cientos de libros de aventuras, de historia, de física y química e incluso música, y tomando un poco de aquí y de allá llegó a tener una idea bastante clara de la Isla de los Inventos: era un lugar secreto en que se reunían los grandes sabios del mundo para aprender e inventar juntos, y su acceso estaba totalmente restringido. Para poder pertenecer a aquel selecto club, era necesario haber realizado algún gran invento para la humanidad, y sólo entonces se podía recibir una invitación única y especial con instrucciones para llegar a la isla.

Luca pasó sus años de juventud estudiando e inventando por igual. Cada nueva idea la convertía en un invento, y si algo no lo comprendía, buscaba quien le ayudara a comprenderlo. Pronto conoció otros jóvenes, brillantes inventores también, a los que contó los secretos y maravillas de la Isla de los Inventos. También ellos soñaban con recibir "la carta", como ellos llamaban a la invitación. Con el paso del tiempo, la decepción por no recibirla dio paso a una colaboración y ayuda todavía mayores, y sus interesantes inventos individuales pasaron a convertirse en increíbles máquinas y aparatos pensados entre todos. Reunidos en casa de Luca, que acabó por convertirse en un gran almacén de aparatos y máquinas, sus invenciones empezaron a ser conocidas por todo el mundo, alcanzando a mejorar todos los ámbitos de la vida; pero ni siquiera así recibieron la invitación para unirse al club.

No se desanimaron. Siguieron aprendiendo e inventando cada día, y para conseguir más y mejores ideas, acudían a los jóvenes de más talento, ampliando el grupo cada vez mayor de aspirantes a ingresar en la isla. Un día, mucho tiempo después, Luca, ya anciano, hablaba con un joven brillantísimo a quien había escrito para tratar de que se uniera a ellos. Le contó el gran secreto de la Isla de los Inventos, y de cómo estaba seguro de que algún día recibirían la carta. Pero entonces el joven inventor le interrumpió sorprendido:

- ¿cómo? ¿pero no es ésta la verdadera Isla de los Inventos? ¿no es su carta la auténtica invitación?

Y anciano como era, Luca miró a su alrededor para darse cuenta de que su sueño se había hecho realidad en su propia casa, y de que no existía más ni mejor Isla de los Inventos que la que él mismo había creado con sus amigos. Y se sintió feliz al darse cuenta de que siempre había estado en la isla, y de que su vida de inventos y estudio había sido verdaderamente feliz.

 

 

La gente piensa que Halloween asusta a los niños, pero hay alguien muy famoso a quien le da mucho más miedo: el ratoncito Pérez. Y es que todos los dulces de Halloween acaban en las bocas de los niños, que olvidan lavarse los dientes, que se les van estropeando… Y para cuando se los tiene que llevar el ratón, están hechos un desastre.

Por eso Pérez decidió viajar a la tierra de los monstruos para detener aquella locura de dientes enfermos. Sin embargo los monstruos no estaban dispuestos a quedarse sin la única oportunidad en que podían acercarse a sus amigos los niños. Cualquier otro día del año, si un monstruo de verdad se acercaba a un niño se montaba una buena…

 

El ratoncito Pérez tampoco iba a renunciar, y decidió cargarse la fiesta de Halloween. Un año pensó:

- Daré la vuelta a los carteles que indican el camino hacia las ciudades. Así los monstruos se perderán.

Pero resultó que los monstruos ni siquiera los miraban porque no sabían leer. Otro año dijo:

- Ya sé, llevaré miles de ovejas golosas para que se coman las golosinas que guardan los monstruos para la fiesta.

Y lo consiguió. No dejaron ni una, pero comieron tantos dulces que se volvieron ovejitas de caramelo. Y los monstruos las repartieron por el mundo con tanto éxito que el ratoncito Pérez tuvo la peor cosecha de dientes de su vida.

Para la siguiente ocasión, preparó un plan muy arriesgado

- Ayudaré a escapar de la cárcel a los monstruos más malvados y que peor tratan a los niños. Darán tanto miedo que nadie querrá otro Halloween.

En secreto y muerto de miedo, la noche de Halloween liberó a aquellos brutos y los acompañó hasta la ciudad. Esperaba que montaran un gran lío, pero cuando llegaron y vieron los disfraces, creyeron que todo era un fiesta sorpresa para ellos. Se sintieron tan felices y emocionados que se portaron fenomenal y durante horas cubrieron con sus peludos abrazos y sus babosos besos al ratoncito. Se volvieron tan buenos, que nadie pensó en volver a encerrarlos.

 

Desesperado por tantos intentos fallidos, el ratón Pérez estaba dispuesto a gastar toda su fortuna.

- Compraré todo el azúcar y lo tiraré por los ríos y lagos del mundo. Sin dulces no habrá fiesta.

Pero no sabía el ratoncito que los monstruos tenían sus propios huertos de golosinas, y que al regarlas con agua dulce tuvieron la mejor cosecha de la historia…

Viendo que nada podía arruinar la fiesta que tanto querían niños y monstruos, se le ocurrió que igual solo necesitaba cambiarla un poco. Y al pensar en los huertos de golosinas de los monstruos, tuvo una idea... se acercó una noche a escondidas y plantó algunas cosas más: caramelos sin azúcar, frutas, gominolas de pasta dentrífica… y hasta un árbol de cepillos de dientes. Los monstruos eran tan brutos que ni se dieron cuenta y, cuando prepararon las bolsas de golosinas para el año siguiente, en todas metieron los sanos productos plantados por Pérez.

 

El plan resultó todo un éxito porque, al ver entre las golosinas un cepillo de dientes, ningún niño se olvidó de cepillarlos, y no pudo decir que no encontraba el cepillo. Así, los monstruos salvaron su fiesta, los niños comieron sus dulces y el ratoncito Pérez recogió ese año los mejores dientes que podía recordar.

Y a los papás y a las mamás también les gustó la idea. Por eso ahora, entre todos los regalos y dulces que se reparten en Halloween, cada vez es más fácil ver cepillos de dientes, fruta sana y golosinas sin azúcar.